CUBA SIGUE AQUÍ

Francisco Forteza La Habana
La Jiribilla
En términos generales la noticia del año 2003 sobre Cuba es que la Isla flota aún, majestuosa, en el caliente mar Caribe e influye en el mundo, pese a una de las más persistentes políticas de rechazo llevadas jamás por EE.UU. contra un país, conducta que sigue teniendo como centro un bloqueo propio de la denominada Guerra Fría que sobrepasó hace tiempo los 40 años.
Durante el 2003 y en el campo internacional el largo conflicto cubano-norteamericano atravesó momentos paradójicos. Ningún analista pudiera negar que las malas relaciones habituales entre La Habana y Washington empeoraron en el lapso, pero esa conclusión se torna ambivalente en dos campos: el que limitan los acuerdos migratorios entre los dos países, vigentes desde 1994 y 1995, y el que determina un comercio bilateral frágil y restringido que pese a los obstáculos, avanza.
La administración republicana de George W. Bush, que llegó al poder en noviembre del año 2000 gracias al voto de la Florida, donde están destacados las personalidades y grupos cubanoamericanos anticastristas más extremistas, fue un mal augurio para los pocos elementos positivos que han sobrevivido al enfrentamiento EE.UU.-Cuba por 45 años.
El gobierno cubano previó incluso que como resultado del «anticubanismo» proverbial de Bush podían llegar a desaparecer no solo los acuerdos migratorios, sino también las sedes diplomáticas cubana en Washington y norteamericana en La Habana que, a veces en equilibrio precario, han estado abiertas desde el gobierno demócrata estadounidense de James Carter.
Quizá en ningún otro momento como durante este año las Oficinas de Intereses creadas a mediados de la década de los años 70 pudieron hundirse bajo el peso de la pelea política entre los dos países.
Bush decidió utilizar a su «hombre en La Habana», James Cason, jefe de la Oficina de Intereses de EE.UU. en Cuba, en labores francamente subversivas. El propio Cason, antes de viajar a la Isla, subrayó que daría todo su apoyo ―no solo político, sino también material― a agrupaciones disidentes en este país que las autoridades consideran como unidas a Washington en sus fines de acabar con la Revolución cubana.
Tras un rápido movimiento de expansión por Cason y sus subordinados por toda Cuba alentando la oposición, el gobierno cubano llevó a juicios en abril a más de 70 personas bajo acusaciones de mercenarismo en favor de EE.UU. Estas fueron condenadas en procesos jurídicos en los cuales los fiscales presentaron pruebas y testigos, incluso algunos que actuaron como agentes encubiertos dentro de los grupos oposicionistas, que reflejaron que los acusados, en efecto, aceptaron fondos e instrucciones generados en la Casa Blanca.
El conflicto entre los dos países estuvo en ese momento a punto de generar una situación sin regreso. No obstante, no solo sobrevivieron los acuerdos migratorios, sino también se reforzó, por voluntad de empresarios norteamericanos, el limitado comercio iniciado a fines de 2001 cuando EE.UU. permitió ventas de alimentos a la Isla.
Tras los juicios, una serie de violentos secuestros de aviones y embarcaciones en Cuba por personas que querían llegar a toda costa a EE.UU. no solo demostró la mano firme cubana -que llegó a juzgar y aplicar la pena capital a tres secuestradores de una lancha de pasajeros con la toma violenta de rehenes- para tratar de detener esas peligrosas acciones, sino también la vigencia de los convenios sobre migración.
En uno de los secuestros ―un avión de pasajeros que aterrizó en La Habana mientras un secuestrador con granadas de mano amenazaba con hacerlo estallar si no viajaba a Miami― el diplomático norteamericano Cason apareció en el aeropuerto internacional de esta capital y trató, junto a las autoridades cubanas encabezadas en ese momento de manera personal por el presidente Fidel Castro, frustrar el secuestro.
Cason, en nombre de su gobierno y 24 horas después publicó una nota oficial en la prensa cubana subrayando que EE.UU. estaba dispuesto a desalentar esas acciones y que los criminales que desviaran aviones y barcos hacia ese país desde Cuba serían juzgados con todo el rigor de la ley.
Más tarde, los norteamericanos devolvieron a Cuba para ser juzgados ―tras un acuerdo previo de limitaciones de condenas― a los captores de una embarcación científica cubana.
Los sectores cubanoamericanos anticastristas con sede en Miami llegaron a acusar a Bush en ese momento ―el verano pasado― de «traidor a la causa» , y a exigirle públicamente incluso una invasión estadounidense a la Isla, al estilo de la que ya se había lanzado contra Iraq.
Paradójicamente, la administración Bush se mantuvo firme en su decisión de hacer cumplir los acuerdos migratorios con Cuba, probablemente porque ello encaja en el marco de protección hermética de fronteras contra infiltrados, dictada en ese país después de los sangrientos ataques en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001.
Para balancear quizá y asegurar así el voto cubanoamericano en noviembre de 2004, la Casa Blanca se sumió nuevamente en una corriente fuertemente anticubana y en octubre, Bush ordenó la fundación de una comisión presidencial codirigida por Colin Powell, secretario norteamericano de Estado, para que esta proponga en un plazo breve nuevas medidas contra Cuba.
En ese ambiente, Cuba ha determinado en el 2003 reforzar su ejército y sus programas militares defensivos.
No obstante, el comercio cubano-norteamericano llega ya a los 600 millones de dólares al cierre de 2003, y más de 270 empresarios estadounidenses que vinieron a La Habana este mes ratificaron su voluntad no solo de seguir sus ventas de alimentos al mercado cubano, sino de oponerse, bajo las leyes de su país, al bloqueo norteamericano y aceptar llegado el momento la invitación cubana a colocar inversiones aquí.
Una secuela del conflicto cubano-norteamericano en 2003 fue el anuncio por la Unión Europea (UE) en junio de sanciones diplomáticas ―también algunas económicas― contra Cuba. La Habana acusó a los europeos de tratar de atraer, con la medida, la simpatía de Bush, enajenada a partir de la negativa de Europa a apoyarlo en la agresión contra Iraq.
El comercio y las inversiones europeas en Cuba no parecieron afectadas por el «subconflicto», el cual algunos analistas consideran como de futuro efímero.
Pese al rompimiento de las buenas relaciones tradicionales Cuba-UE, la Isla tuvo en 2003 una expansión poderosa ―política y económica― por el mundo, y especialmente en su región, América Latina. Venezuela, y nuevos gobiernos en Argentina, Brasil y Paraguay dejaron claro su derecho a tener buenas relaciones con la Isla y así lo han puesto en práctica.
Bajo la sombra del fracaso estruendoso de los programas neoliberales en países regionales, ha surgido, según observadores, una corriente de gobernantes y potenciales gobernantes que han colocado énfasis en resolver o aliviar los profundos problemas sociales latinoamericanos y mantener un comportamiento unido, lejano a las órdenes norteamericanas de romper con Cuba.
En el orden interno, la economía cubana creció en un 2,6 % en el 2003 frente al 2002. Las cifras no lo dicen todo. El país ha sido durante este año un hervidero de programas ―y soluciones― en los campos de la salud pública, educación, cultural y en la economía en áreas como el turismo, la agricultura, la producción petrolera en medio de un reajuste de algunos de sus sectores a las serias condiciones del mercado internacional.
El saldo del programa económico cubano refleja un crecimiento económico sin abandonarse las bases del sistema socialista ni las reformas de corte capitalista ―entre estas la liberación del curso del dólar y la mayor apertura al capital extranjero― impuestas en un momento de gran crisis a inicios de la década pasada.
Sin penetrar en análisis más precisos, 2003 demostró algo fundamental: Cuba sigue aquí.
0 comentarios